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Conveniencia política.

Ricardo Monreal

     En la política contemporánea, una de las mayores traiciones al electorado —y al bien común— es la renuncia abierta o disimulada a los principios ideológicos que se prometieron defender. Hoy más que nunca, vemos a políticos que transitan de una causa a otra, de un partido a su opuesto, de una ideología a su contradicción, sin más justificación que la oportunidad del momento.

     Muchos lo llaman pragmatismo. Yo prefiero llamarlo por su nombre: Conveniencia política.

     La frase irónica atribuida a Groucho Marx, “Estos son mis principios, pero si no le gustan… tengo otros”, se ha vuelto un triste retrato de esta clase de políticos que, lejos de sostener una línea de pensamiento clara, adaptan sus discursos, alianzas y posturas al vaivén de las encuestas, de los acuerdos bajo la mesa o de los cargos disponibles.

«Estos son mis principios, pero si no le gustan… tengo otros”

Al abrir sus puertas a personajes que representan todo lo contrario a lo que su ideario dice defender, los institutos políticos pierden el alma, se convierten en vehículos vacíos de poder, sin narrativa, sin sustancia y sin rumbo. En vez de partidos ideológicos, tenemos maquinarias electorales oportunistas

Esta incoherencia ideológica no solo revela la fragilidad ética de ciertos actores políticos, sino que erosiona profundamente la confianza ciudadana. ¿Cómo esperar lealtad a la ciudadanía, si ni siquiera hay lealtad a las propias convicciones? Y ejemplos tenemos muchos…     El problema se agrava cuando estas contradicciones no solo son individuales, sino que son toleradas —o incluso promovidas— por los partidos.

Al abrir sus puertas a personajes que representan todo lo contrario a lo que su ideario dice defender, los institutos políticos pierden el alma, se convierten en vehículos vacíos de poder, sin narrativa, sin sustancia y sin rumbo. En vez de partidos ideológicos, tenemos maquinarias electorales oportunistas.

El votante ya no sabe qué esperar. Las campañas se llenan de frases huecas, de promesas recicladas, de compromisos sin contenido, porque los valores ya no son el cimiento de las propuestas, sino simples decorados para justificar ambiciones personales. Lo que debería ser un proyecto político se reduce a una estrategia de posicionamiento.

    Peor aún: muchos de estos políticos justifican su traición con el argumento de que “hay que adaptarse”, que “la realidad cambió”, que “no podemos ser dogmáticos”. Pero la flexibilidad no implica abandono. Adaptarse no es traicionar. La verdadera madurez política está en reinterpretar principios a la luz del presente, no en cambiarlos por otros más rentables.

Esta actitud tiene consecuencias graves. La más visible es el creciente desencanto con la política. El ciudadano se vuelve escéptico, desconfiado, apático. La participación disminuye. El voto se vuelve volátil.

    Y mientras tanto, quienes aún creemos en la política como un instrumento para transformar la realidad desde una visión ética y de bien común, nos vemos obligados a remar contracorriente, explicando que no todos somos iguales, que la congruencia aún existe, que la política con valores no solo es posible, sino necesaria.

    Porque sin valores, la política se convierte en espectáculo. Y el espectáculo, por muy popular que sea, no resuelve los problemas reales de la gente.

    Hoy más que nunca necesitamos políticos que no se avergüencen de tener una ideología, que la expliquen, la defiendan y la vivan con coherencia. Necesitamos partidos que cuiden su identidad, que no vendan su esencia por una candidatura más o un aliado de ocasión. Necesitamos ciudadanía crítica que exija cuentas, que premie la congruencia y castigue la simulación.

     Porque si permitimos que la política sea el reino de los que cambian de principios como de camisa, entonces terminaremos gobernados por quienes no creen en nada… excepto en ellos mismos.

Gilberto M Limón Corbalá

CEO y Rector de LIDERATIUM.com

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